miércoles, 8 de abril de 2015

Carta al abuelo.

No voy a comenzar esta carta con "Querido abuelo", simplemente, no puede ser.

Ayer estuve en tu funeral. La misa y las palabras del cura fueron realmente absurdas, creo que tu mismo te hubieses quedado dormido, es natural. Además, no tenían nada que ver con tu vida, ni con las nuestras. Al terminar su discurso, el señor cura, repitió unas cuantas veces Manuel os ha amado, Manuel os ha amado, Manuel os ha hecho bien, recordad felizmente cuánto bien hizo Manuel en vida.Y fue doloroso.

La verdad es que lo siento mucho, lo siento todo.

Siento que hicieras tanto daño durante tu vida, a mi abuela para empezar, destrozándola por fuera y por dentro, de todas las formas posibles que se te ocurrieron. Siento mucho que hicieses infelices a tus hijos, y sobre todo a mi padre. Y a tus nietos, para finalizar. Siento que tu mismo nunca fueras feliz. Porque con ese nudo final en la garganta demostraste cuánto te carcomía la conciencia, por tantas cosas, tanto mal, seguramente, te mordía las entrañas. Es natural.

Puede que el veneno que te recorría las venas acabase finalmente contra ti, tu final... Después de todo, es trágico, y absurdo e incomprensible. Un amigo me dijo que fue justicia poética. Sí, creo que le doy la razón.

Abuelo, yo te había enterrado hace 12 años, tras aquella noche negra y de locura, tras la huida desesperada y deprimente que nos obligaste a llevar acabo. Mi despedida, creí haberla hecho por aquel entonces, pero ayer se hizo real y palpable. Ayer tenía dos momentos en mi mente, a la vez, martilleándome el cerebro. Cuando me decías sonriente -y creía que feliz- conmigo en tu regazo: Eres mi nieta favorita, y siempre lo serás, eres la primera, la mayor de todos, y nunca olvidaré estos ojos brillantes tan bonitos. Y tu chapolina de hierro alzada con ambas manos directa a la cabeza de mi padre.

Fuiste en vida dos personas diferentes, algunos de tus nietos no llegaron a conocerte como yo, y solo recordarán al gigante del abuelo con su bigote y su sonrisa, con las mejillas coloradas, que jugaba con ellos y les hacía reír a carcajadas. Les envidio en cierta medida, no quisiera recordarte como lo hago yo, cuando esas mejillas alcoholizadas ya pasaban de la rojez a la cólera, la ira, el odio.

Siento mucho que vivieras una vida miserable, y tuvieses un final a su altura.

Esto es una despedida, la despedida final, real. Me estuve preguntando si te había perdonado, y realmente todavía no lo sé. Cuando me enteré de tu noticia me quedé fría porque, comprende, para mí ya estabas muerto. Creo que sentí indiferencia al fin y al cabo. Y pena, en general, pena.

En estos momentos quisiera creer en la existencia de Dios, así al menos me quedaría el consuelo de que tu alma, por fin, estaría curada, sanaría y sería feliz. Seguramente, Dios te perdonaría y te acogería como a todos sus hijos, al menos así tendrías un final menos miserable.

El final miserable de que al morir, no queda nada, la materia se descompone y el legado que dejas es uno de pena y tristeza.

Adiós, abuelo.


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